Se conoce como prueba de pirógenos a aquellos exámenes que se realizan a los fármacos que se administran por la vía parenteral, o sea, mediante el uso de una aguja e insertando el medicamento directamente sobre a la circulación del sistema. Su nacimiento se remonta al siglo XIX, en que se descubrió que la aplicación de inyecciones de soluciones acuosas a los enfermos podía disparar los síntomas febriles del mismo.
A los componentes que causaban esta situación se les denominó pirógenos, clasificándose entre los más comunes las endotoxinas, contenidas en secciones de la pared celular de bacterias Gram-negativas.
La presencia de pirógenos produce diferentes reacciones corporales como la fiebre, ya mencionada, neutrofilia y estándares muy altos de cortisol de plasma. Los bajos niveles de pirógenos inducidos provocan reacciones principalmente inflamatorias. La presencia moderada de los pirógenos, genera además cambios en el plasma.
Por último, una acumulación elevada de pirógenos puede causar choques sépticos, donde las afectaciones al sistema cardiovascular y a varios órganos como el riñón y los pulmones pueden conducir a la persona a la muerte.
Por lo tanto la prueba de pirógenos, tanto in vivo como in vitro son una importante opción para prevenir los estados febriles en los pacientes que reciben los medicamentos por vía parenteral. Existen varias pruebas de pirógenos in vitro: el LAL, o lisado de amebocitos de Limulus, el examen de monocitos humanos aislados y la sangre total, entre otras.
Es importante destacar que la presencia de pirógenos no afecta exclusivamente a pacientes que reciben algún tipo de tratamiento, sino que estos componentes pueden atentar de la misma manera contra los resultados de los experimentos biológicos realizados en laboratorios, alterándolos de manera significativa, por lo que es muy necesario regular la cantidad de pirógenos permitidos para que un ensayo sea válido y sus resultados estén libres de contaminación.