El útero es el órgano más grande del aparato reproductor femenino, donde se produce todo el embarazo. Éste sufre múltiples cambios, desde el momento de la gestación hasta el parto, llegando a un tamaño de hasta treinta y tres centímetros.
Luego de la fecundación el cigoto se transforma en embrión por medio del proceso embrionario, donde atraviesa la trompa de Falopio hasta llegar al útero e implantarse. Cuando esto sucede, se libera una hormona llamada Gonadotropina coriónica, la cual indica al organismo que ha comenzado el embarazo.
Desde que el embrión es implantado, el útero comienza a crecer cada día, conforme al tamaño del nuevo ser, llegando a pesar entre novecientos y mil gramos al final del embarazo. En la cuarta o quinta semana, se produce un proceso de penetración de vellosidades coriónicas (vasos sanguíneos de la placenta) en el endometrio, lo que permite la alimentación del embrión a través del traspaso de nutrientes por medio de la sangre.
En el cuello del útero se produce el tapón mucoso, que es una sustancia mucosa densa y pegajosa que impide el paso de bacterias o infecciones hacia la placenta. También, los músculos del abdomen cambian de posición, dando paso a los músculos del útero, para que puedan trabajar con todas sus fuerzas en el momento del alumbramiento.
Entre la semana treinta y ocho y cuarenta se expulsa el tapón mucoso, a veces parcialmente u otras en su totalidad; el cuello uterino comienza a acortarse o borrarse y cuando lo hace por completo, inicia la dilatación, donde el cérvix se abre hasta diez centímetros, dando lugar al nacimiento del nuevo bebé.