La artritis, en primera instancia, significa la inflamación de una articulación del cuerpo. Este padecimiento se puede presentar de dos maneras: monoarticulares, cuando afecta a una sola articulación, o poliarticulares cuando su acción alcanza a varias articulaciones a la vez.
En el caso particular de la artritis erosiva, se refiere a aquella que desencadena la destrucción total o parcial de la articulación. El ejemplo paradigmático de este tipo de artritis lo constituye la artritis reumatoide, que invade casi siempre las articulaciones ubicadas en las manos, pero que puede de igual manera existir en otras zonas importantes como los hombros y los tobillos.
La principal característica de este padecimiento es la inflamación que aparece en los cartílagos y la membrada sinovial que reviste las fusiones de los huesos, y que a la larga ocasiona el derramamiento del líquido sinovial. Este último, de cualidades grasosas, es el encargado de proteger los huesos contra el roce y el desgaste a través de una lubricación constante.
Algunos de los síntomas más visibles de la enfermedad son el dolor intenso en las articulaciones, así como la pérdida gradual de funcionalidad en las mismas. También se aprecian problemas para caminar, deformaciones en las áreas afectadas y en ocasiones cuadros febriles moderados. Es importante saber que si la enfermedad está muy avanzada, puede afectar a los tejidos vecinos.
Una peculiaridad de este tipo de artritis es que se evidencia de manera simétrica, o lo que es igual: es habitual que enfermen las mismas articulaciones a ambos lados del cuerpo y con la misma fuerza.
El paciente debe acudir al médico lo más pronto posible en cuanto aparezcan los primeros síntomas de la enfermedad, pues diagnosticada con prontitud puede ser atendida por los especialistas indicados e incluso recuperarse por completo, gracias a la realización temprana del tratamiento adecuada.