Como muchos otros compuestos medicamentosos, la angiostatina constituye una proteína que se encuentra contenida en algunos organismos animales, entre los que se cuenta el ser humano. Representa un fragmento de otra proteína de mayores dimensiones conocida por plasmina.
La gran importancia de este fármaco, y que le ha valido numerosas investigaciones, radica en la capacidad manifiesta que posee para combatir el crecimiento del cáncer, uno de los padecimientos con más alta mortalidad en todo el mundo.
Las prácticas de laboratorio –lo mismo in vitro que en animales– han demostrado que mediante el uso de la angiostatina, es posible reducir el crecimiento de la actividad tumoral, así como también la metástasis avanzada en este tipo de enfermedades. Logra este resultado mediante la inhibición de la aparición de nuevos vasos sanguíneos –un proceso conocido como angiogénesis–, de los cuales se nutren y extraen el oxígeno las células tumorales para su desarrollo.
Por lo tanto este medicamento constituye uno de los más relevantes en los estudios contra el cáncer y su uso en los ensayos clínicos para generalizar más adelante su consumo, es notorio. De manera general, existen dos vertientes principales por las que discurre los intereses con respecto al manejo y aprovechamiento de la angiostatina.
La primera de ellas se centra en la identificación de las características biológicas y químicas de esta sustancia, así como también los mecanismos relacionados con su reproducción y generación. La segunda línea de interés es, como ya se mencionó, el papel de este producto en la actividad antitumoral, de forma particular o mediante la recombinación con otros componentes antiangiogénicos.