La moderna explotación agropecuaria utiliza infinitos productos químicos que dejan su huella en los alimentos. Si a ello añadimos los residuos generados por las actividades mineras, industriales y urbanas que se esparcen por tierra, aire y agua, deberíamos ser conscientes de que los alimentos que consumimos podrían estar contaminados.
Por ejemplo los pesticidas que se usan en el campo no son sino sustancias químicas con las que se combaten las plagas que dañan los cultivos y nos llegan a través de los vegetales y acumulados en la carne, la leche y los huevos de los animales que comen forrajes contaminados. En dosis excesivas, sus efectos a largo plazo sobre la salud pueden ser devastadores.
Existen también contaminantes que podemos calificar como residuos medicamentosos, y que llegan a nosotros a través, por ejemplo, de los antibióticos que se utilizan para tratar y prevenir las enfermedades del ganado. Estos contaminantes pueden provocar reacciones alérgicas en el hombre estimulando la aparición de bacterias resistentes a los antibióticos dificultando la lucha contra algunas enfermedades.
Las hormonas naturales y sintéticas que se emplean para estimular el crecimiento de los animales pueden tener efectos cancerígenos, aunque aún no se conocen bien todos sus efectos sobre la salud.
En la carne podemos encontrar también toxinas procedentes de los tranquilizantes usados para calmar a los animales durante el transporte antes del sacrificio, o productos como el clembuterol, responsable de algunas intoxicaciones agudas en seres humanos.
Otro peligro que podemos hallar en la comida son las micotoxinas, que producen ciertos mohos que pueden crecer en los alimentos almacenados largo tiempo en lugares cálidos y húmedos. Algunas micotoxinas son muy tóxicas y su consumo se relaciona con distintos tipos de cáncer, sobre todo de hígado.
También se cree que las emisiones contaminantes de la industria se depositan en la vegetación y acaban formando parte de la dieta del ganado.